Negacionismo pop

El Presidente del Gobierno salió a hablar con sonrisa de medio lado. La mueca era tan torpe que de un plumazo mitigó todas las iras por pura lástima. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que estaba allí a regañadientes, cumpliendo la excepción que confirma la regla en su política arrojada y viril de dejarse ver menos que el lince ibérico por Doñana. Me decían las comisuras de sus labios: «Rescátame». Rajoy salió y dijo sus cositas, todas lastimosas, y sólo le faltó hacerlo acodado en la barra del bar de Moncloa. Por arte de alquimia hizo de una derrota una victoria como esos adorables despechados que alzan el dedo y dejan muy claro: «No me han echado, ¡me he ido yo!». Seguí escudriñando sus gestos y pude ver claramente cómo debajo del atril se dibujaron unos subtítulos, traducción simultánea, que decían muy claramente: «Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a suceder». Naturalmente, esto fueron alucinaciones mías.

Luego se fue al fútbol para ahogar las penas. Para justificar el polémico acto oficial (sic) en Polonia, Mariano dejó entrever que él iba al fútbol porque después de un fin de semana de mierda se merecía un esparcimiento en condiciones. En las dos horas y media de vuelo aprovechó para fantasear con la Selección, pintando en una servilleta las posibles alineaciones de España. «Moragas, juega Torres seguro». Moragas ni contestó porque todavía tenía el susto en el cuerpo. Por fortuna para sus nervios por Moncloa no habían aparecido los hombres de negro. Es oír la palabra Troika y todos los señores creciditos del Gobierno corren a esconderse debajo de la cama por la cuenta que les trae. Mientras, De Guindos se quedaba en Madrid no menos acojonado. Al celebérrimo hombre Lehman Brothers se le empieza a quedar cara del mayordomo de Batman, portavoz taciturno del apocalipsis, él todo mustio y cenizo pero con compostura de ceremonia. No es difícil imaginarle versionando la frase de Franco: «NO haga como yo: no se meta en política»; él, que venía del depredador Consejo de Administración (TM) y ahora se consume en la torre de Babel de la política española, un laberinto de señores y favores de insospechada claustrofobia. Juraría que en diciembre no estaba ni calvo, pero no tengo argumentos ni la hemeroteca lo refrenda. A su lado, Pedro Solbes fue sólo un hombrecillo tranquilo que apagaba incendios domésticos con vasos de agua.

Con el gol de Cesc las cosas volvieron un poco a su sitio, no se sabe muy bien a dónde. No hubo victoria española pero tampoco descalabro, y el sabor de boca fue el de país pequeño y acomplejado con una Selección que no se merece. Al debate nominalista de si Torres es un genio o un paquete y de si jugamos con delanteros o mediaspuntas, Rajoy se unió diciendo, precisamente, que no quiere entrar en debates nominalistas. Echó mano del cosmético término de «Línea de crédito», hallazgo retórico de teleoferta que es purita escuela de Cofidis. Lo dijo sin azafatas ni guiñoles ni figuras vicarias, por su propia boca barbuda: «Línea de crédito». Lástima que el término no tenga eses. La consigna escapista de no mentar la bicha -la palabra RESCATE- ni con los alemanes en los Pirineos ha obligado a gobierno y afines a bailar contorsionándose para lograr tal ilusionismo semántico. Para no querer entrar en debates nominativos, Rajoy y compañía evitan como la peste según qué términos concretos. Esto es más antiguo que la propia política, claro.

Se puede imaginar a qué se jugó en el vuelo de vuelta: Tabú, Edición Gobiernos. Es el juego de Mariano Rajoy porque se da a la inconcreción y al circunloquio, a buscar la definición oblicua. Cuando llegó al gobierno hizo desterrar el Risk que tanto gustaba a Jose Mari y desdeñó en el último cajón el Scrabble de Zapatero. Con el presidente socialista comparte, en efecto, la querencia por el estúpido juego de las no-palabras, la huida léxica sin compromisos. Mariano se niega al RESCATE y ZP acribilló con sonrisas, hasta borrarlo del diccionario, la palabreja mágica de hace cuatro años: CRISIS. Al final se antojan como dos negacionistas parejos, de paralelismo evidente, igualados a la baja por la candidez de la profesión política. El negacionismo es una cosa tan popular y acomodada que se hace hábito con gran facilidad, ya sean sólo idiotas o también estómagos agradecidos. El negacionismo es esa cosa tan nuestra de «El profesor me tiene manía», «El banco me ofreció el préstamo» o el clásico «Fue culpa del árbitro». Mientras, Nadal ganaba otra vez en París. Sin excusas. Siento la comparación.

PD: El problema no es el rescate, que es difícil de tragar. El problema es la impunidad.

Un comentario

  1. Bobby said:

    País de pandereta es lo que somos. Y nunca aprenderemos.

    Buen blog.

    15 junio, 2012
    Reply

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