En Moncloa no cogen los teléfonos. Como si Soraya, Montoro y compañía fueran Aitor Karanka y su prosopopeya, la guardia pretoriana de Rajoy sale a escena para dar cuenta de la jugada mientras nada se sabe de Mariano. Al fin y al cabo, Santiago y Setúbal hablan similar idioma galaico. El efecto Moncloa parece haberse invertido: de enloquecer a los presidentes hasta hacerlos creer enormes ahora la residencia presidencial los empequeñece hasta que se vuelven invisibles al ojo público. Resulta pintoresco que en tales tiempos de zozobra el señor llamado a encabezar la remontada ni siquiera se asome por el túnel de vestuarios.
El método Rajoy pasa por la política de despacho. Sin apenas luz ni taquígrafos el equipo presidencial pone la casa patas arriba en busca del dichoso déficit. Levantan la alfombra, descerrajan los cajones y descuelgan cuadros, tapices y demás decoración sospechosa.
– Nunca sabes dónde puede haber escondido Elena Salgado el resto de las vergüenzas.
Por si acaso, siempre puedes decir que te dejaron en herencia los empastes de la abuela, aunque la abuela ya no tenga dentadura. Lidiando el miura del 8 y el 21 por ciento salen a la palestra los muchachos de Mariano y anuncian cirugía ligera hasta nueva orden. El plano de situación está hecho pero se envainan lo más gordo hasta marzo o abril, cuando Javier Arenas ponga la pica –el último y deseado reducto- en la Junta de Andalucía y ya apenas quede ninguna aldea gala en la península. Y mientras a Mariano va a haber que buscarlo como a Wally, camuflado en el marasmo de la crisis entre una muchedumbre de parados, salvapatrias y demás paisaje recesivo.
El gabinete Rajoy es, al lado de los últimos rosters socialistas, el equipo de filósofos de los Monty Python, un verdadero dream team comparado con la insoportable levedad del pajinismo. Pero a diferencia de los chicos de ZP, este gobierno parece empeñado en esconder a su líder como si la luz del sol fuera a consumirlo. Es bien sabida la alergia de Rajoy –y de la clase política actual en general- a batirse con los periodistas a la vieja usanza, esto es, respondiendo preguntas en el corrillo, al canutazo. Como una lacónica evolución del galleguismo más castizo, Mariano ha transformado la ambigüedad y las pocas palabras en verdaderos silencios de palabra y de obra. Hay que reconocerle la voluntad de discreción, pero diantres: una cosa es trabajar en la sombra y otra trabajar en el anonimato.
Rajoy parece asolado por el pudor de hacer de la gobernanza un asunto escénico en su persona. De la época de la política gestual hemos pasado –parece- a la época de la política de bambalinas, donde el caldo se cuece en la cocina de palacio y el cocinero no se sabe si es del Dépor o del Compostela. Cabe especular sobre si el presidente sería más generoso en sus apariciones si lloviera un poco menos, pero en todo caso no le faltan testaferros que enviar a la quema de las malas noticias. Salgan chamuscados o no, los portavoces de la política de bambalinas dan la impresión de lucir galones de primer ministro, tal es la invisibilidad del presidente. Ya se nos dijo que todo el poder iba a ser para Soraya -vicepresidenta triunfante y madre de España- pero, ciertamente, no pensamos que fuera a ser para tanto.
[…] enconderse debajo de las faldas del partido. En realidad, era digno de esperar: idiota oposición, política de bambalinas, gobierno bufo. Y lo peor parece por llegar, porque siguen anunciando […]