Cuando Messi marcó de falta supe que algo iba mal. Superó la muralla blanca con un toque de balón canchero y nervioso, un golpe seco sin arte ni ensayo. Se extasió él y se extasió una plebe cambiante que no sabe cuándo es país y cuando estadio de fútbol, y supe que algo iba mal porque el Barcelona lo celebró como si por fin estuviera acabada la Sagrada Familia. ¿Quién es este Barça, que muerde a remolque con más orgullo que idea? ¿Adónde fue a dormir el aplomo del pasado para sobar los partidos hasta traérselos a casa? Entre gol y gol, corrían. Corrieron como galgos con una revancha pendiente. En la pugna de bólidos se vieron imágenes de prodigio, pero había algo raro en todo eso. No pude evitar la nostalgia cuando advertí que en el Camp Nou se estaba jugando como en el Bernabeu, y que algo había cambiado para siempre, sin saber muy bien quién es Tito Vilanova.
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