Comparto hoy en el blog la quinta pieza del serial «Historias del Tour», publicada en el décimo número de la revista Quality Sport, que recomiendo encarecidamente. Ser Ullrich fue complicado en los tiempos de Lance Armstrong:
«Pasé ese mes de julio junto a mi padre, como hacía tres años que no hacía. La familia estuvo tres semanas en una casa alquilada en Chiclana de la Frontera, junto a la playa de la Barrosa. El plan no iba mucho más allá de ir al mar durante el día y salir a cenar por las noches, nada que me entusiasmara demasiado, pero era todo lo que pedíamos a unas vacaciones. Por supuesto, vimos el Tour de Francia. Picoteaba la revista Ciclismo a Fondo y me adelantaba páginas viendo los perfiles de las etapas de montaña por venir, deseoso de que llegaran por fin. Cuando fue el momento escamoteaba las salidas a la playa para quedarme viendo la carrera. Mi padre lo hacía menos, pero a veces también me acompañaba cuando se supone que no debía. En cierto modo éramos como dos niños saltándose la clase para irse a jugar a la calle. Aquel año 2003 Armstrong iba a por su quinto Tour consecutivo, lo cual era una pequeña afrenta para el imperio de Indurain que la mitología había fabricado en mi cabeza, cosa algo absurda ya que apenas llegué a ver a Miguel ganar nada. En cualquier caso, Lance llegaba con una vitola indiscutible de favorito, había ganado con gran margen las cuatro ediciones anteriores y nadie parecía ser capaz de detenerle. Sin embargo, a mitad de carrera el americano mostró algunas debilidades, cosa totalmente inédita en él. ¿Quién parecía capaz de aprovecharlo? Llegado el momento, el aspirante fue el ilustre segundón del último lustro: Jan Ullrich.
Todo fue diferente para el alemán en aquel Tour de Francia. Salió enfundado con el maillot turquesa del equipo Bianchi, pues le habían rescindido contrato en el Telekom –su equipo durante toda su carrera- debido a algunos problemas de depresión y drogas la temporada anterior. Debido a esta polémica y a la debilidad de su nuevo equipo, nadie contó con Ullrich para la victoria en ese Tour, aunque se presentara en la salida con un maillot amarillo bajo el brazo y tres segundos puestos. Tras una etapa prólogo en la que el ciclista alemán se quedaría a sólo 2 segundos del liderato, en la crono por equipos de la cuarta jornada Jan perdería un poco de distancia con su gran rival Lance Armstrong, 40 segundos concretamente, desventaja que lograría mantener en el primer envite de montaña serio, la séptima etapa entre Lyon y Morzine, pero que vería agrandada en la llegada en alto de Alpe D’Huez de la octava etapa. Ullrich perdió minuto y medio con los mejores y Lance se haría con el liderato de la ronda francesa. Nadie quedó demasiado disgustado por Ullrich, pues en efecto no era un gran favorito ese año. En lo que respecta a Armstrong, aquel mes de julio parecía repetirse una historia muy similar a la de años anteriores, hasta que Lance comenzó a mostrar una debilidad nunca vista hasta entonces. La duodécima etapa era una contrarreloj de 47 kilómetros entre Gaillac y Cap Découverte. Aquel día el americano sufrió una deshidratación severa que le traería secuelas. Perdió 1 minuto y 36 segundos en la meta con un Jan Ullrich que alcanzó a doblar hasta a dos corredores precedentes. El mordisco que dio el alemán en la clasificación general lo colocó a sólo a 34 segundos del americano, que mantenía la túnica sagrada pero se llevaba un buen rapapolvo. La diferencia entre ambos ciclistas era un margen ridículo comparado con lo que estábamos acostumbrados a ver otros veranos.
Llegaron los Pirineos sin descanso, justo al día siguiente, con todas las dudas puestas sobre el líder. En la subida a Aux 3 Domains la tendencia se confirmó. Ullrich atacó siguiendo la estela del combativo Vinokourov, y sin levantarse de la bicicleta, una rampa ancha, tendida y atestada de gente, se abrió paso entre el público dejando de rueda a un Armstrong que al final terminó por sentarse. La debilidad era manifiesta, y esta vez se veía en el cuerpo a cuerpo. Sin embargo, Lance reguló muy bien y al final sólo perdió 7 segundos en la meta, salvando el liderato pero dejando a su rival cerquísima, 15 segundos en la general sumadas las bonificaciones, como Atila acampado a las puertas de Roma. Las espadas estaban en todo lo alto de cara a la última etapa de montaña, con final en Luz Ardiden, justo dos jornadas después. Llegó el día y la mayoría del público quería más sangre y más jaleo, pero Lance dio un gran golpe de autoridad. Encendió la moto y se fue en solitario sin nadie que pudiera seguirle, cabalgando a su manera por primera vez en tres semanas. Con todo, sólo pudo agenciarse 40 segundos, así que sólo alejó a Ullrich hasta el minuto y pico. Terminada la montaña, la contrarreloj del penúltimo día en Nantes era la última bala para que el alemán consiguiera arrebatar su Tour más deseado.
La lluvia no quiso perderse el gran momento. El agua convirtió la etapa en un escenario aun más incierto, pero si Ullrich había sacado minuto y medio en Cap Découverte, ¿por qué no asaltar el amarillo, que estaba a menor distancia esta vez? 50 kilómetros podían dar para mucho. El alemán salió fuerte, pero los pasos intermedios apenas le dieron unos pocos segundos de ventaja sobre Lance. Las referencias indicaban que el americano estaba entero y recuperado, tal y como se había visto en Luz Ardiden. Ullrich empujaba con todo lo que tenía pero no parecía suficiente, y tanto intentó y arriesgó que en una rotonda se fue contra el piso mojado, resbalando a cámara lenta y chocando con las protecciones. Ahí se terminó todo para Jan. En la meta su tiempo fue bueno pero ni siquiera mejor que el de su rival, que entró victorioso con el puño en ristre. Aquel día, lo recuerdo bien, fue un poco decepcionante tanto para mí como para mi padre. No teníamos especial simpatía por Ullrich, pero si había bastantes ganas de ver caer a ese estadounidense despótico y campeón. En el podio final de París, Lance posó con Indurain, Hinault y Eddie Merckx, todos con los cinco dedos asomando en la mano. La imagen señalaba rotunda que ahora el americano estaba a la altura de todos esos mitos. Eso era algo que me costaba un poco soportar, pese al tiempo de Chiclana, el mar y los helados nocturnos, pero mi padre pareció llevarlo mejor. Al verle así entendí que aquello no era para tanto, pero también me di cuenta de que yo siempre me tomaría el deporte más a pecho. La verdad es que nunca me sentí más fanático de Jan Ullrich que durante esos años en los que el alemán corría detrás de Lance Armstrong tratando desesperadamente de ganar su segundo Tour de Francia».
[Publicado en el número 10 de Quality Sport, disponible en el kiosko de Orbyt]
Qué bueno.