El hombre del tiempo es un magnífico especulador. Cuando va a llover, especula con que no lo haga. Cuando va a hacer sol, deja el resquicio de la duda. Probable. Poco probable. Muy disperso. 60 por ciento, precipitaciones. Fuerte. Muy fuerte. Posible. Aislado. El hombre del tiempo predice pero se cura en salud. Juega con los sentimientos de todo un país, como un economista con astrolabio que otea las profundidades del cielo macroeconómico. No obstante, muchas veces sí es tajante. Cuando ordena colocar el dibujo de la nube muy negra con gotas de lluvia y rayos y centellas, se nota claramente que él hubiera querido poner un Zeus enfado y en grandes proporciones, vara en mano y ordenando tempestades, pero que sus jefes no le han dejado. El hombre del tiempo es un tipo serio que siempre esconde un cachondo detrás de esa parafernalia de isobaras, cromas azul y verde y otros abracadabras de la meteorología moderna. Por eso me caen bien los hombres del tiempo. Siempre parecen al borde de echarse a bailar o de contar un chiste. Afortunadamente, el hombre del tiempo insinúa un gran sentido del humor.
Hubo una vez un hombre del tiempo en La Sexta que soltaba bobadas. Era de agradecer, pero se perdía la magia. Yo quiero hombres del tiempo que me hagan soñar, silenciosamente, con que van a enloquecer de repente y van a empezar a disertar sobre la prima de riesgo y sobre el Bosón de Higgs. Yo quiero hombres del tiempo británicos, victorianos, que me señalen muy serios la tremenda borrasca que se asoma en lontananza. Yo quiero hombres del tiempo de la BBC que estén tan tiesos como los Beefeaters, para que yo pueda soñar con que se pondrán a bailar a la más mínima oportunidad y perderán toda su tremenda compostura. Pero que nunca lo hagan. El hombre del tiempo es el chamán de una tribu de fieles telespectadores que están esperando con ganas las nuevas del día siguiente, pero que no las aceptarán si no es por las formas más solemnes posibles. E incluso el hombre del tiempo es algo más que eso. Sin él, el país estaría huérfano de referentes. ¿Y quién vería el informativo hasta el final? ¿Quién aguantaría los deportes si después no sale el hombre del tiempo?
El hombre del tiempo es un semidiós cuando llega la Semana Santa a Sevilla. Alguna vez la cosa viene radiante y nadie echa cuenta al parte. Pero si la Cuaresma se da entre chaparrones, el informe meteorológico es el oráculo de Delfos convertido en AEMET. La Semana Santa se mide en porcentajes. “El lunes, 20 por ciento; y mejora por la noche. El martes sube al 50%. El miércoles dan un 0, gracias a Dios”. Y así. Es como una gran noche de transistores que dura varios días, pero con los pobres señores del clima con los teléfonos superados de fervor meteorológico. Para el Domingo de Ramos el hombre del tiempo viene haciendo predicciones desde una semana para atrás, que es como jugártela con una doble pareja en una mano fuerte. Pero el público es soberano y demanda. El viernes nadie mira el parte porque sale El Cachorro y se sabe que llueve seguro. La Madrugá la suele respetar la lluvia, y por la tarde las hermosas mujeres del tiempo de Canal Sur se explayan diciendo que usted podrá sacar su mantilla y exhibir su orgullo hispalense sin ningún tipo de problema. Casi puedo verlas rabiando con ganas de decir a saetas que La Macarena va a pasar por el Arco sin nubarrón que lo fastidie, pues sólo faltaría. Y a decir verdad, el Sábado Santo el parte meteorológico no le interesa casi a nadie más que a los guiris que van a ver con peculiar devoción a la canina del Santo Entierro como quien va a profanar tumbas al cementerio de San Jerónimo. En Semana Santa, el hombre del tiempo es la estrella indiscutible del barrio de Sevilla. Eso es así.
Personalmente, a las cadenas que despachan el tiempo en menos de 3 minutos -casi todas- sólo les deseo lo peor. Sean privadas o públicas, hacer el parte como quien cambia las ruedas de un Fórmula 1 es faltar a tu vocación informativa y perder además un gran filón de mercado. Extrañamente, en la era de Internet el Tiempo televisado sigue vendiendo, aunque reconozco que a las nuevas generaciones se las trae un poco al pairo. Todavía el hombre del tiempo es el guardián de las rutinas de muchos hogares y está bien que siga siendo así. Creo que los mercados financieros no están teniendo verdaderamente en cuenta el empaque de nuestros hombres del tiempo. Su escueta puesta en escena y su mecánico discurso lo dejan a uno más tranquilo, listo para los horrores que aguardan en el prime-time, aunque yo siga esperando furtivamente que se desmelenen un poco. Baste decir, y esto es un argumento definitivo, que el hombre del tiempo es todo lo que una madre querría para su hija: limpio, previsor, con trabajo reputado. Buena presencia, carisma ritual pero desbordante. Especulador, sí, pero nuestro especulador. Y apoyado en una ciencia de gran ascendencia que no es ninguna futurología bruja. Guardián de nuestros sentimientos, llueva, nieve o haga sol. El día que nos quiten al hombre del tiempo, cosa que sucederá, habrá que empezar a pensar que el final se acerca de verdad.
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