Mucho trabajo y bien hecho. Una temporada alta de entregas y luego un parón merecido. Cuando el descanso termina volver es como mover un sofá montaña arriba, como Nadal remontando del cuarto al primer puesto del mundo tras una lesión de las suyas; un lento reinicio a tenor del impulso perdido. Lo intenta, pero le cuesta. Le cuesta un mundo.
De repente se siente incapaz en el texto, que es lo que se supone que tiene que hacer. Más lo piensa y menos hace. Da vueltas para evitarlo. Se pone, pero nada surge, nada fluye. Le pesan las manos y le pesan los compromisos como un mordisco tenaz en el estómago. De golpe ha perdido toda la confianza y no sabe qué ocurre. Toma conciencia de la diminuta enormidad de lo que está haciendo y siente la duda. Se tambalea como un mentiroso sin coartada. Se le ha perdido el artículo y no sabe dónde está.
La hoja de ruta es como sigue. Levantarse lo antes posible, objetivo no siempre cumplido. Vender producto puerta por puerta, no como un Testigo de Jehová sino como un tuitero anónimo y como es él: tímido, retraído, escéptico en comparecer pero cada vez más participativo, por propia inercia o por obligación ¿Qué producto vende? Su propio producto, nada menos que a sí mismo. Enlaza. Escribe. Alpista, recomienda, contacta. Imagina. Trata de sacar algún jugo a su particular apellido. Se levanta todos los días y hace esto. Se siente tremendamente pequeño comparado con cualquier trabajador normal, estándar, gente acotada a horarios formales, grandes obligaciones, problemas importantes, presión de verdad… Se siente indigno de alinearse junto a ellos, pero en la rutina de altibajos siente similar congoja y empatiza. Se levanta casi todos los días y hace eso: vender su producto. Maquina cosas para seguir regando un sembrado de frutas invisibles, inefables. ¿Qué crece, si no se ve planta, si no se ve tallo alguno? ¿Por qué sigue haciéndolo? Misterio concienzudo de aferrarse a una idea. Los frutos le vienen a cuentagotas, pero vienen. Así que sigue insistiendo. Es labrador de un cultivo pacientísimo.
Al punto, en efecto, después de un buen ciclo y un descanso, le viene la crisis. La hoja en blanco del procesador de texto acaba por achicarle. No sabe qué hacer para espantar la duda, zafar la parálisis. «Ponte a trabajar, simplemente». Lo sigue intentando sin éxito. Se resigna a una idea mejor: «Escríbelo, tú, que jamás hablas de estas cosas y te las guardas». Lo hace y se arriesga. Lo sube y está por arrepentirse. No sabe si ha servido para algo, pero ha conseguido no detenerse.
Catarsis. ¿Bastón?