El primer día de rodaje de Blade Runner Ridley Scott llegó al plató y torció el morro. Scott advirtió que las columnas de la habitación que habían construido (hablamos de la escena de la lechuza) estaban al revés, con los capiteles apoyados en el suelo. Mandó cambiarlo y la corrección les retrasó hasta la tarde. Fue el presagio de un rodaje infernal.
Las columnas no eran iguales por arriba que por abajo. Esto es: que, estéticamente, no era lo mismo que estuvieran al revés que al derecho. Y sin embargo la orden de Scott desconcertó por completo al equipo responsable. Are you kidding me? Porque, aunque no fueran simétricas, bien podría haberse rodado (con muy similares resultados escénicos) con todo tal y como estaba. No en vano el equipo había pensado que las columnas eran así.
¿De dónde nace entonces el convencimiento suficiente para ponerse aguafiestas a las primeras de cambio y, además, con una cuestión menor? ¿Es una declaración de intenciones, o más bien un instinto natural de Scott? Es decir, ¿cuál era para él la opción más espontánea, enmendar (que fue lo que hizo) o dejarlo pasar y ahorrar tiempo, dinero y energías para batallas más importantes?
Recuerdo esta anécdota (salvando las siderales distancias) cuando, en Onda Cero, con motivo del Día Mundial de la Radio, preparamos estos días un dramático y los actores (algunos no profesionales, sólo compañeros de la redacción) entran en el estudio de grabación. Recuerdo lo de las columnas, digo, porque en muchas ocasiones no sabes cuánto ni cómo debes pedir, hasta dónde debes llegar, sobre todo cuando ya tienes algo bueno y quieres convertirlo en algo mejor. A veces es sencillo insistir y exprimir en una cierta dirección (y surge con total naturalidad) pero, en otras ocasiones, hacerlo (o incluso desechar algo ya grabado) exige una fe no siempre fácil de encontrar.
Supongo que yo hubiera rodado con las columnas al revés. La cuestión es saber si eso es un error de bulto (quizá un terrible fallo de novato) o una opción también acertada. Elegir las peleas que merecen la pena exige un discernimiento casi metafísico.
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