El mundo entró en ruidoso bucle. Rubén Amón lo llamó El bolero de la crisis, acertando sobre todo por una cuestión de estructura más que de melodía. El patio parece el día de la marmota desde aquel crepúsculo de 2008, que en España vino precedido de esa macabra promesa del pleno empleo. Enjugadas las lágrimas, el lector de prensa o el mero soldado raso se ve incapaz de llorar o indignarse durante tantos días seguidos por mucho naufragio que veo a su alrededor. No existe tanta capacidad de congoja ni cuerpo que la resista. No hay partituras para una música tan sostenida ni precedente musical alguno que explique una composición tan obstinada. De haber vivido Ravel en la época de la prima de riesgo probablemente hubiera acabado en la cama con cualquier fulana grabando un disco conceptual de gritos y gruñidos.
Cabe preguntarse cuándo acabará todo. Es bien curioso asistir a tan dilatada agonía en la época de la máxima inmediatez de todas las historias. Irse al garete a cámara lenta no es un infierno sino un limbo, un pasillo combado que no acaba y un post-operatorio que se hace resignación y estado presente de cosas. En la letanía de la crisis infinita sólo queda rezar para que algo cambie aunque sea para mal, poniendo del revés el estúpido dicho de que más vale malo conocido que bueno por conocer. Es como el estridente final del bolero, que cuando llega, por rupturista, siempre es bien recibido.
Al menos Prometeo sabía qué había hecho y quiénes le castigaban. Ahora sólo se sabe que el águila no da cuartelillo y que el hígado seguirá en sus trece, pero nada sobre culpables, diagnósticos y sentencias. Puestos a enfadarnos podremos hacerlo con las cosas más metafísicas que se nos ocurran. Sean mercados, sultanes o tecnócratas, sea la aurora boreal, no hay dios que señale el problema ni nadie que lo ataje felizmente. Tan tenaz es la crisis que se llevó por delante al gobierno de Zapatero y también puede llevarse a éste por difícil que parezca, si no tiempo al tiempo. Sea como sea, se puede engañar, mentir e incluso burlar a la muerte pero la cuestión parece condenada a arrastrar la piedra colina arriba una y otra vez. Ignorando si el pedrusco es más de Keynes o de Hayek y si en el Hades tienen Estado del Bienestar, Sísifo sólo puede limitarse a pensar que el bucle lleva a alguna parte. De dejar de bailar al son de la música, ni hablar.
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