Cristóbal Montoro levita: «España está rompiendo los pronósticos (…) Somos el ejemplo del mundo, una España que es el gran éxito económico mundial». Nunca hubo tanto chuleo para tan poco pescado.
A falta de datos de empleo otoñales, las campanas están echadas al vuelo. Por más prudencia recetada en paralelo, el mensaje es claro y el optimismo es la consigna de misa. Es verdad que hay datos buenos, como el de las famosas exportaciones, que por obra de la devaluación interna -o descalabro de la mayoría de variables económicas domésticas- han repuntado hasta convertirse en la locomotora principal de una esperanza ciertamente quebradiza. En este punto, hago buena la sentencia de que «al final saldremos de la crisis tarde, mal y a rastras, por pura inercia; ya no quedará empleo por destruir, y el resto de Europa tirará del carro». Es decir, crecer en ausencia de méritos propios y sin haber hecho deber importante alguno.
La reforma laboral es un remiendo que no resuelve dualidad ni disfunción alguna y que sólo ha servido para despedir un poco más fácilmente pero no para contratar en absoluto. El sector financiero es purgado gota a gota pero el tremendo peso de los balances zombies provoca que toda liquidez vaya para apuntalar y nada para prestar. Por su parte, no hay bemoles para meter en cintura ni el modelo de financiación ni el sistema fiscal español, siendo el uno culpable de ese «caos de las taifas» y el otro a todas luces cegato, confiscatorio, desigual y muy ineficaz para redistribuir y mantener la recaudación mínimamente estable a través los distintos ciclos económicos. Y añádase, por supuesto, el peor síntoma de todos: carecer de modelo económico alguno y enmascarar bajo el mantra de las «reformas estructurales» una política timorata y continuista sin propósito alguno de enmendar los pecados del pasado y los defectos endémicos de un país que no sabe si se levanta príncipe o mendigo.
Por tanto, es posible que España salga de la crisis, pero probablemente sea un viaje con billete de vuelta forzado. Porque las bases son frágiles. Y porque la recuperación asoma tímidamente fruto sobre todo de una inercia macroeconómica favorable. Por tanto, no cabe sino esperar que el próximo cataclismo nos vuelva a madrugar entre signos evidentes de irresponsabilidad. Si es que amanece.
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