El Mont Ventoux es un infierno pálido. La montaña lunática no renuncia a ningun de los ingredientes básicos del martirio ciclista –altura, pendiente y longitud- añadiendo además el factor del viento. El nombre del monte no es casual. Agudiza la dureza de una ascensión de 21,4 kilómetros al 7,2% de desnivel medio hasta los 1912 metros sobre el nivel del mar, un viento mistral que azota con frecuencia la cumbre, desnuda de árboles y vegetación. Durante años, la deforestación fue intensa a cargo de la industria naval de Toulon.
Dominando el valle del Ródano, el Ventoux constituye desde la distancia untrampantojo fantástico. La roca caliza y yerma insinúa el espejismo de una montaña nevada durante todo el año, pero solo lo está en temporada invernal, y el calor es sofocante en su cima pelada. En cuanto a su renombre, el Ventoux cuenta con una reputación de puerto maldito que sobrepasa los episodios de ciclismo inolvidable de los que realmente puede presumir este gigante provenzano.
Cuando Nairo Alexander Quintana Rojas (Tunja, 1990) demarró en sus primeras rampas, con un mundo de trece kilómetros por delante, todos pensaron que iba en busca de la victoria de etapa, logro ya de por sí extraordinario para él y para su país en aquel Tour de Francia de 2013. Pero nada más lejos de la realidad: “Lo probé desde lejos porque quería recortar todo el tiempo posible en la general”, aseguró después ante los periodistas.
Se colocó en cabeza de carrera con cincuenta segundos de ventaja sobre el lote, pero cuando se desataron las hostilidades su distancia se vino abajo. Los hombres del equipo Sky encendieron el rodillo y el líder Chris Froome cazó a Quintana a siete kilómetros de la cima. Ambos formaron la pareja del día. Caminaron a relevos durante varios kilómetros para abrir diferencias a través de aquel paisaje calcáreo, pero las fuerzas de Nairo terminaron apagándose. A menos de un kilómetro y medio para la meta, el boyacense cedió ante la rueda de su rival. “Pagué el sobreesfuerzo anterior”, reconoció luego. “Froome es el más fuerte, no se debe negar (…) no fui capaz de seguirle”.
El ciclista colombiano cruzó la raya en segunda posición con su rictus de siempre, circunspecto, ajeno al tormento de su cuerpo. Pero la palidez en su cara delataba un castigo severo e incluso insospechado para él, como declararía más tarde: “Nunca había entrado tan vacío de fuerzas. Quizá haya sido el día más duro que he realizado en competición sobre la bicicleta. Aparte, cuando empecé el puerto sangraba por la nariz. Terminé totalmente exhausto”. La retransmisión televisiva no logró captar en directo la escena que mejor ilustra sus palabras.
Quintana ganó la meta, redujo la marcha hasta llegar a la altura de su ayudante, el masajista Borja Jaimerena, y se apoyó mansamente sobre este. Con su ayuda desmontó y se sentó en el suelo, las piernas estiradas, la cabeza agachada y el cuerpo agitándose entre fuertes respiraciones. Alrededor, todos se agolparon como curiosos sobre un cuerpo recién descubierto. El auxiliar le puso una chaquetilla en los hombros y le animó a recuperarse. Entonces, con un suspiro, Quintana se dejó caer hacia atrás, sobre los brazos de Jaimerena, que lo acunó como un moribundo. “Descansa, descansa”, le apremió con suavidad. Tras las gafas negras y los pómulos hundidos no se apreciaba presencia alguna. Había un silencio espeso entre la gente, solo quebrado por los fotógrafos y el helicóptero de carrera que sobrevolaba la zona. Entonces, pasa un momento y Nairo musita al ayudante: – “Dame agua”. Este le pide que se enderece para beber y Quintana obedece, aunque aún permanece sentado. Sigue quebrado por la fatiga pero ya ha salido del trance. La escena termina cuando, por fin, se pone de pie.
El muchacho con sed acaba de graduarse. No es una actuación aislada. No viene de ninguna parte. Acaba de culminar, con una de sus mejores páginas, una progresión extraordinariamente estable y tenaz, una aventajada aproximación a la élite. No importa que haya quedado segundo. No importa que tenga veintitrés años. Exprimido por una montaña temible, Nairo hace acto de presencia aquel 14 de julio con un coste considerable, pues ha alcanzado la meta bordeando peligrosamente sus límites. Sin embargo, por consumido que parezca, es el comienzo de un Tour extraordinario para él donde asumiría el liderazgo de su equipo y tutearía al maillot amarillo. Aquel día, además, apuntó el inicio de una carrera deportiva llamada a luchar por los grandes objetivos.
Como una tentación feliz e inevitable, aquella jornada Colombia se transportó de golpe a los años ochenta, la época triunfal en la que los escarabajos (sobrenombre que los corredores colombianos recibieron en esa época) asombraban a Europa con sus febriles escaladas. De algún modo Nairo había pulsado ese interruptor, al tiempo que cierto renacimiento cafetero despuntaba definitivamente en las carreteras del mundo. Medio muerto en la meta del Mont Ventoux tras una cabalgada audaz, Quintana inaugura entonces un nuevo capítulo de la historia del ciclismo colombiano. Probablemente el mejor de todos.
………………..
Sale a la venta ‘Nairo’ La construcción del nuevo escarabajo, de California Non Fiction. Se puede adquirir aquí.
Comentar